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"Más rápido — más alto — más fuerte"

Del número de julio de 1996 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Cada Cuatro Años el mundo se deleita con el espectáculo grandioso de los estadios decorados para los Juegos Olímpicos, los atletas que compiten y los himnos nacionales que se tocan durante la entrega de medallas. Los diarios, la televisión, la radio, las revistas especializadas y la gente en general, parecen expresar el deseo de presenciar y divulgar los nuevos logros humanos, en su búsqueda de sobrepasar las limitaciones impuestas por lo físico. Hasta el lema de los juegos en latín, "Citius — Atius — Fortius", es decir, "Más rápido — más alto — más fuerte", parece aludir a ello.

Extasiadas al ver los prodigios atléticos, millones de personas se sienten impulsadas a practicar alguna forma de deporte, atraídos por la belleza de los movimientos, por la competencia sana y por la alegría de la camaradería y convivencia internacional.

Aunque yo nunca fui un atleta de alto nivel de competición, siempre me encantaron los deportes. Desde mi adolescencia practiqué varios deportes: básquetbol, natación, vóleibol y karate. Pero en aquella época, también tenía otros intereses y otras inquietudes. Yo buscaba respuestas de índole espiritual y siempre me preguntaba: "¿De dónde vienen las enfermedades?" "¿Por qué sufren los inocentes niños?" "¿Por qué y para qué existo?" "¿Qué relación existe entre la ciencia y el poder de Dios?"

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