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Hace Poco Tuve una experiencia...

Del número de junio de 1992 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Hace Poco Tuve una experiencia que me permitió comprobar con toda claridad la eficacia de la oración, a pesar de que las circunstancias puedan alegar enérgicamente contra la confianza en Dios y la bondad esencial del hombre como Su hijo espiritual.

Se habla mucho sobre la deshonestidad, el crimen, la injusticia, las pérdidas irreparables, etc. Además, la economía de mi país está pasando por un período de gran confusión y desorden; el dinero mismo parece difícil de conseguir, y ni hablar de poder pagar las cuentas. Por lo tanto, cuando pedí a mi ayudante en la oficina que fuera al banco para hacer algunos depósitos de mi negocio, y pagara con un cheque endosado el impuesto a la propiedad, el cual cualquiera que lo encontrara lo podía cobrar fácilmente, y me enteré de que el cheque y el documento para el pago del impuesto se habían perdido, me di cuenta de que tenía que permanecer tranquila y confiar en la guía de Dios. Esto es lo que la Ciencia Cristiana me ha dado: la comprensión de que puesto que Dios es omnipresente y omnisciente, El lo sabe todo.

Al orar pidiendo a Dios que me guiara, pensé en la declaración bíblica que dice que Dios es “muy limpio... de ojos para ver el mal, ni [puede] ver el agravio”. En ese momento me sentí profundamente inspirada a orar para reconocer que cualquiera que al pasar encontrara el cheque era, en realidad, el hijo de Dios; que cada uno expresa honestidad y pureza espirituales y, por lo tanto, nadie tomaría nunca algo que no le perteneciera. Realmente sentí amor espiritual por la naturaleza espiritual de mi prójimo. También me di cuenta de que la persona a la que había enviado a cumplir con esta tarea había hecho todo lo posible para hacer las cosas bien y que, por lo tanto, yo podía confiar en que la bondad que motivaba sus acciones tenía su fuente en Dios, y ella no podía ser víctima ni de un extravío ni de un accidente. En la Ciencia Cristiana yo había aprendido que el error — todo lo que es contrario al bien, a la voluntad de Dios — no tiene poder verdadero, aunque las apariencias indiquen lo contrario.

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