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Bienvenidos extranjeros; bienvenidos hermanos

Del número de diciembre de 1990 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


En el invierno de 1914, durante la Primera Guerra Mundial, los soldados en las trincheras iniciaron una breve y notable tregua. En la oscuridad de la Nochebuena alguien elevó por sobre el parapeto un árbol de Navidad. Estaba iluminado con velas. Nadie disparó. En cambio, una voz emergió del frente alemán cantando una canción de Navidad. Entonces alguien del frente inglés se le unió. Luego los soldados de ambos frentes lograron cantar un coro de "Adeste fideles" en latín.

Cuando llegó el día de Navidad, aparentemente hubo varios incidentes en que hubo intercambio de regalos entre las tropas de aquella parte de la línea de combate. Jugaron partidos de fútbol, tocaron música y hubo toda clase de confraternidad no deseada, esto es, no deseada por los generales. Y los soldados, de mutuo acuerdo, enterraron a sus muertos en "la tierra de nadie" entre las dos trincheras.

Alguien dijo en una carta: "Estos incidentes parecen indicar que entre los hombres educados no hay deseo de matarse los unos a los otros, y si no fuera por las agresivas políticas nacionales, o por el temor que otros tienen de ellos, la guerra entre la gente civilizada raramente ocurriría" (ver The Boston Globe, 25 de febrero de 1988).

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