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[Original en portugués]

Conocí la Ciencia Cristiana desde mi niñez por intermedio de mi...

Del número de agosto de 1979 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Conocí la Ciencia Cristiana desde mi niñez por intermedio de mi abuela paterna, que era Científica Cristiana. Mi vida fue feliz y tranquila. No tenía preocupaciones ya que mis padres solucionaban todos nuestros problemas. Cuando crecí, el sueño de mi vida fue ingresar en una universidad y ser arquitecta. Estudié mucho y mi mamá oró para ayudarme a tener éxito. Aprobé el examen de ingreso, lo que me dejó radiante de alegría. Mamá me explicó que el crédito no era mío solamente. Dios me había ayudado y debía agradecérselo a Él. Me recomendó que leyera Ciencia y Salud por la Sra. Eddy. Lo leí y quedé muy entusiasmada; desde entonces mi interés en la Ciencia Cristiana ha ido en aumento. Las enseñanzas de esta Ciencia me ayudan diariamente hasta en los detalles más pequeños, pero dos experiencias merecen mencionarse.

Antes de empezar a estudiar seriamente la Ciencia Cristiana, tuve problemas intestinales. Se llamó a un médico, quien me recetó una serie de medicamentos. Los tomé y aparentemente sané; pero a los seis meses me atacó la misma enfermedad. Entonces recordé la Ciencia Cristiana y sus curaciones maravillosas. Solicité la ayuda de una practicista, la que reafirmó lo que yo sabía: Dios, el Amor, es perfecto, y nosotros, creados a Su semejanza, somos perfectos también. La enfermedad es irreal; es una ilusión de la mente mortal; no existe. Me aferré fuertemente a esta verdad y sané. Nunca más se me presentó este problema. Estoy inmensamente agradecida a la Ciencia Cristiana por esta prueba del poder curativo de Dios.

La segunda experiencia fue cuando esperaba a mi primera hija. El tocólogo fijó una fecha aproximada en que debía nacer. Pasó ese día, y dos semanas después, el bebé todavía no había nacido. Le había pedido a una practicista de la Ciencia Cristiana que me ayudara por medio de la oración para que todo saliera bien durante el alumbramiento. Ella me dijo que la verdadera identidad del bebé era la de un hijo de Dios, el bien, y que debía esperarlo con paciencia y amor; que el ser verdadero es perfecto, y que yo no debía tener ningún temor. Debido a la aparente demora en el nacimiento, los miembros de mi familia se preocuparon; llamaron al médico, el que ordenó que se me llevara al hospital de maternidad al día siguiente para provocar el parto. Con sincera gratitud y con la seguridad de que Dios, el bien, gobierna los acontecimientos, permanecí en calma, y al amanecer de ese día la niña nació normalmente, sin necesidad de cirugía. ¿Quién, sino Dios, podría hacer Sus obras tan efectivas y perfectas? Por esta demostración de Su cuidado estoy muy agradecida.

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